¿Cuántas páginas ya de este diario? "Todo empezó cuando un día me miré en un espejo y no vi a nadie", dice Andrés Trapiello, que lleva desde 1987 escribiendo diarios sobre su vida y los ha ido recopilando en 24 tomos. Es un colosal proyecto, un fenómeno literario insólito. Sus tomos son como esos salones de pasos perdidos que había en las casas antiguas donde no conviene quedarse pero sí atravesarlos pues te llevan a otras partes. De ahí que Trapiello les ha dado ese título general de ‘Salón de pasos perdidos’, pues son tomos donde sería absurdo quedarse, pero sin los cuales no sería posible llegar a esos otros lugares de la novela y de la vida. Y es que el proyecto está basado en la observación y relato de una vida, como ejemplo de otras muchas, vidas que no tienen mucho sentido por sí mismas, pero sí cuando la Literatura pasa por ellas y las convierte en especiales. Es, como él mismo señala, una « novela en marcha».
El mismo Trapiello lo explica de esta manera: ‘Salón de pasos perdidos’ es un libro que se escribe como diario y que, entre cinco y siete años después, se publica como novela. Busca un sentido que la realidad no tiene. Es decir, hace el trabajo de la ficción: ordenar la realidad. Por eso, por esa intención, el diario necesita un reposo, una distancia».
Ahora llega el número 25, ‘Fractal’, una recopilación de los 20 primeros tomos que conserva esa estructura de prólogo y epílogo de cada tomo, con su comienzo el uno de enero y su final en Nochevieja. Aquí están, exquisitamente compendiados desde el primer tomo de 1987, ‘El gato encerrado’, que tuvo que pasar por cuatro editoriales antes de que lo publicara Pretexto, hasta ‘Sólo hechos’ , referido al año 2006, y un epílogo del propio Trapiello, ‘El paisaje infinito’, especial para esta edición de Fractal.
El trabajo se debe no a Trapiello sino a tres amigas, asiduas del Rastro, Nieves García, Ana Pérez Cid y Manuela Romero, que han rastreado todos los tomos de arriba abajo y han seleccionado cada fragmento respetando el conjunto y la cadencia de cada tomo, además de la «intervención providencial» de su mujer Miriam Moreno y su editora Pilar Álvarez.
Son diarios novelizados con él como principal protagonista. Convierte en literatura su vida y su quehacer diario. En ese deambular solitario tiene mucho de Baroja y también de otro grande, Azorín, por su empeño de dar realce y singularidad a los detalles y las cosas pequeñas.
Su tono engancha por su estilo natural y por su prosa siempre adornada de la metáfora precisa o el detalle imprescindible. Bebe del magisterio de Galdós y del genial Cervantes, al que Trapiello conoce bien tras muchos años de estudio.
Casi nunca cita a las gentes por sus nombres. Lo hace solo cuando se trata de personajes ya fallecidos e ilustres, como su maestro Ramón Gaya, o sus amigos Rosa Chacel o Juan Manuel Bonet. A los vivos los nombra con una letra, aunque para los que conocen el universo literario y cultural de Madrid es fácil identificar cuando habla de Javier Marías, Juan Benet, Sánchez Ferlosio, o Eduardo Haro Teglen. Este ocultamiento de personajes conocidos le facilita escribir más libremente y dar rienda suelta al desprecio o desconsideración que siente hacia muchos de ellos. Es el caso cuando, tras la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética, Trapiello arremete con dureza contra un conocido diplomático de izquierdas que señalaba que el fracaso de la revolución se debe a errores de sus protagonistas. Trapiello argumenta que eso de endosar a la humanidad los errores de uno «es propio siempre de los rastacueros, con su vocecita melosa y sus blandoserías de capellán que frunce los labios cada vez que se le ocurre algo ingenioso y cada vez que toma una copita de mistela». «Las respuestas que han dado los comunistas en tres cuartos de siglo han sido crueles, de una crueldad inusitada».
En su narrar diario de su vida y su entorno nos habla de Miguel, el loco de la calle, amigo del panadero que le procuró un abrigo porque pasaba frío y al día siguiente lo regaló a otro más pobre que él.. O de que murió la portera de una embolia pulmonar o de sus vecinos de las otras plantas.
Le rechazan dos, tres veces su ‘El gato encerrado’ que no es más que la primera entrega de estos diario del salón de pasos perdidos. Finalmente lo publica Pretexto y recibe una primera crítica. Luego un amigo le dijo que el libro es muy amargo, «te fijas demasiado en cosas que no tienen valor. Vete a buscar las cosas que merecen la pena».
Vuelve una y otra vez a su atracción y fascinación por el Rastro, un barrio que vale poco, pero donde se ve la mayor concentración de ilusiones y sueños, del que vende porque sabe que vale muy poco lo que vende, y del que compra, porque cree que ha encontrado un tesoro
Hay lugar para la política y su intento de jugar a la equidistancia. «A los socialistas el país les da exactamente igual». Los de derechas son personas encantadoras. Pero al pensar lo que representan tales personas «me entran verdaderas nauseas, esa doble moral, su adoración del dinero, su insensibilidad para todo lo que no sea una cuenta corriente y las simpatía que siguen teniendo por los curas, los obispos, los banqueros y los aristócratas babosos».
Le llama su madre para decirle que se ha muerto el tío César, el cura. Le había dado un infarto tres meses antes, pero estaba convencido de seguir vivo mucha años. Fumaba dos o tres cajetillas de bisonte. En la guerra fue sargento provisional. «Tanto él como mi padre y otro tío hablaban de la guerra sin entusiasmo. Miraban la guerra como un trabajo que tuvieron que hacer, la ganaron y jamás volvieron a ocuparse de ella, aunque por ella quedaron marcados para siempre». Cuando el tío era capellán de la Maternidad lo reclutaba de monaguillo a razón de una peseta por oficio, más las propinas de los bautizos, que allí eran muchos, lo que daba al niño una solvencia financiera muy superior a la los otros niños. Había muchos bautizos, los de hijos de las prostitutas y los de madres solteras. Eran bautizos muy tristes, sin padrinos, ni nadie más que el niño y la madre. Otros bautizos eras como Dios manda, alegres y con padrinos rumbosos.
Al tío le dio por las peregrinaciones a lugares donde anunciaban apariciones. Iban en autocares malos, viajando de noche. En una de ellas, el chofer extenuado se durmió al volante. Fue entonces cuando el arcángel San Miguel tomó personalmente el mando y mientras el conductor dormía el autocar, a más de cien por hora, enfilaba las curvas como cosa de niños. Así durante unos diez minutos el tío cura, uno de los pocos despiertos, fue testigo del prodigio. Él se encargó de llevarlo a la prensa y hasta la televisión, donde salió en el telediario. El tío era inmune al ridículo y contaba lo sucedido con idéntica firmeza a la de aquel que dice que acaba de ver un ovni; se dejaría cortar una mano por sostener ese testimonio.
Dentro de ese narrar lo cotidiano y previsible hay momentos estelares que Trapiello sabe contar con trazo fino y jocoso que no esconde la crítica a la estupidez de algunos. Le llaman para anunciarle la idea para la portada del nuevo libro. El tipo de la editorial le dice que es una idea genial ya que es «la clave que sostiene toda la narración». Trapiello alucina cuando le anuncian que esa idea genial es la foto de un condón, a lo que el escritor se niega en rotundo.