Pascal Quignard escritor Frances la mayoría de sus libros son publicados en la editorial Cuenco de plata

Pascal Quignard

Pascal Quignard escritor Frances la mayoría de sus libros son publicados en la editorial Cuenco de plata

Pascal Quignard, nacido en Verneuil-sur-Avre en 1948, perdió el habla durante dos periodos en su vida; fue entonces cuando se acercó a la música. La sórdida sensibilidad que desarrolló a fuerza de experimentar tanto el silencio como la melodía recorre su obra a manera de eje poético. Si se le considera un escritor iconoclasta es porque cada novela suya es un pequeño tratado, cada tratado está desarrollado como un relato, cada ensayo incluye ideas teóricas y todo Quignard es poesía

En 1994, Pascal Quignard, autor de Todas las mañanas del mundo (1991) y Terraza en Roma (2002), renunció a la secretaría de servicios literarios de la editorial Gallimard, al Festival de Ópera y Teatro Barroco de Versalles, y al resto de sus actividades públicas para consagrarse por entero a la escritura. En 2002 recibió el Premio Goncourt por Sombras errantes (2007), un texto polémico que, lejos de estructurarse como novela, se asemeja más a un tratado aforístico o a un ensayo fragmentario.

Quignard en sus textos propios, en dos entrevistas, la música, el lenguaje, el silencio, la naturaleza, dios y todos esos pequeños tratados, lo que nos hace humanos, el riesgo de someterse a la emoción de una página y un lugar solitario en el mundo para instalar allí la inseguridad de pensar.

“Escribo —dice el también autor de Retórica especulativa— no para sobrevivir, sino porque es la única manera de hablar callando”. Su fascinación por los autores clásicos y la literatura antigua lo ha llevado a desenterrar líneas perdidas de Tito u Horacio y convertirlas en una novela. Desprogramar la literatura es reencontrar la condición primigenia del relato como conjuro frente a la soledad, es reconocernos en esos primeros hombres que todavía le temían a la oscuridad, como se da cuenta en esta charla en la que conversó con Marchel Gauchet y Pierre Nora para la revista Le Débat* y cuyo punto de arranque es su impresionante colección de novelas antiguas.

 

Extractos de algunos de sus libros:

El coraje

Saber acabar es extraer en la ejecución misma algo para matar lo que queda de vida en la muerte. Sólo el “corajudo” es su sacrificador. Saber terminar la obra, saber romper un amor supone coraje, una celeridad respaldada, no charlatana, brusca. Una brusquedad voluntaria. Aquí toco el misterio del coraje artesanal. Durero es aquel que sabe retirar su mano antes del trazo de más. Para un pensador de la Grecia antigua, el coraje es algo que continúa dando coces, que extrae energías del movimiento de dar coces que constituye lo más profundo de la naturaleza (que constituye lo más profundo de los volcanes, de las mareas, de los vientos, de los relámpagos, de los terremotos). El Ser se anticipa en Tiempo. El que tiene coraje es ese artesano del tiempo y de la muerte que se aplica a ese movimiento que toma por la velocidad al tiempo en persona. Protágoras colocaba en la base de la piedad, e incluso de la sabiduría, al coraje inaugural, a la tenacidad práctica, al tiempo que sabe interrumpir la diligencia sin perder el impulso que la conduce. El coraje es una imprudencia que teme tanto como la prudencia puede temer, pero que coloca, sin embargo, su nariz fuera, abandona su matorral, se da vuelta, de pronto, y hace frente. Y se dirige allí sea como sea. Como consecuencia de esta imprudencia valerosa, el coraje es silencio. Se remonta a la detención o al suspenso que guía la acción de los animales, en los que súbitamente las orejas se enderezan, el rostro inquieto se erige. Esta detención es la retracción antes del salto. Es una mímesis anterior en mucho a las lenguas naturales. No es una virtud orgánica humana. Es un dar-coces reflexivo que, en el momento de la decisión, en el momento del initium temporal, debe ser irreflexivo. Los poetas y los samuráis japoneses, en su extraordinaria Edad Media, meditaron como nadie en el mundo acerca de ese “momento audaz”. Ese tiempo suspendido que de pronto se desencadena. Se trata de volver a sacarles a la naturaleza y a la animalidad sus rebrotes sin conciencia. Convertirse en brusco. Caer. Lanzar un pequeño grito. Convertirse en fulminante. Poner el punto final. Herir el acuerdo.

Un lugar y un secreto

Cuando gritamos por primera vez en el día, llevamos con nosotros la pérdida de un mundo oscuro, áfono, solitario y líquido. Siempre ese lugar y ese silencio nos serán sustraídos. Siempre una caverna negra, caminos subterráneos, sombras frente a uno mismo, límites sombríos, una orilla mojada hechizan las almas de los hombres, en todas partes. Todos los vivíparos tienen su guarida. Es la idea de un lugar que no sería mío sino yo en persona.

Se trata de un lugar antes que de un cuerpo.

La intimidad que hace remontar en el interior de uno mismo al mundo más antiguo es el bien más raro.

Siempre nos salva una confidencia que no confiaríamos a nadie, que por necesidad no confesaríamos siquiera a nosotros mismos.

Quien tiene un secreto tiene un alma.

Fragmentos de La barca silenciosa (editorial El Cuenco de Plata).

LIBRO LA BARCA SILENCIOSA DE QUIGNARD PASCAL

Retórica

Llamo retórica especulativa a la tradición letrada antifilosófica que recorre toda la historia occidental desde la invención de la filosofía. Fecho su advenimiento retórico en Roma, en el año 139. Su teórico fue Frontón (Marcus Cornelius Fronto).

Frontón es uno de los pensadores más originales y más profundos que haya conocido la antigua Roma. Multiplica las imágenes, construye rápidos mitos que no se pueden encontrar en ninguna otra parte del mundo antiguo. “¿Qué es el sueño? Una gota de muerte tan pequeña como puede serlo una lágrima que se disimula vertida en el cráneo de los hombres, tal es la causa del sueño.”

El emperador Marco Aurelio escribió que las grietas que se forman en el pan y que no han sido queridas por el panadero atraen sin razón la mirada y estimulan más el apetito que el resto del pan. Las resquebrajaduras del pan son, según dice, “como las fauces abiertas de las fieras”


El lenguaje es en sí mismo investigación. En la tradición filosófica, el lenguaje no es más que un vestigio del que uno puede desprenderse o que se puede corregir, como el soma-sema, como el cuerpo animal convertido en tumba y signo, como las técnicas, como las artes. El lenguaje es la única sociedad del hombre (cháchara, cotilleo, familia, genealogía, ciudad, leyes, charla, cantos, aprendizaje, economía, teología, historia, amor, novela) y no se conoce ningún hombre que se haya librado de él. Así el logos fue desatendido por la philosophia en su despliegue, de la misma manera que el aire es ignorado por las alas de los pájaros, como el agua del río es ignorada por los peces excepto al morir por encima de la superficie del agua en donde se asfixian, una vez transportados por el anzuelo hacia la suavidad y la transparencia atmosféricas donde dejan de moverse y se iluminan.

Frontón decía que había que trabajar la lengua para ser capaz de enfrentar audazmente los peligros de los pensamientos más difíciles de aceptar, las afasias que provocan las experiencias más dolorosas o que son las más inmanejables. Hay que seguir el propio rumbo con los remos y las velas pequeñas, pero cuando sobreviene la necesidad imprevista, hay que ser capaz de desplegar la vela mayor del lenguaje y dejar bruscamente atrás los botes, los barcos de pescadores, la filosofía, la historia, las leyes, los proverbios, los decretos, la charlatanería, las costumbres.

El pasaje de los primates al hombre no constituye un límite. No existió un origen del hombre. Con él la naturaleza se derramó como lo hace la lava en la cima de un volcán. Una lenta metamorfosis simultánea de varias especies a lo largo del tiempo ha procedido con sus propias mutaciones –una de las cuales, al buscar su presa a semejanza de muchas otras, descubrió una orientación prodigiosa en la imitación de la predación de los grandes carnívoros a los que espiaba porque les temía–.

La especie humana no sufrió mutaciones; fue la conversión en predadora de una especie que figuraba en el rango de las presas y cuya captura así como la ferocidad la fascinaban.

Los machos a quienes su situación periférica exponía a la predación fueron hacia los animales de presa que los amenazaban y se convirtieron en sus acompañantes. Una presa codicia una presa y se la disputa con otros. Esa es la fuente de la humanidad: predación imitada. Un ojo puesto en la carne muerta, junto a otro mamífero que olfatea los rastros de los predadores, al que por encima sobrevuela la vista de otro carroñero. Eso se vuelve un hombre, un lobo, un águila.

Serge Moscovici ha mostrado que de ninguna manera se podía hablar de una “hominización” de los primates, sino de una “cinegetización” de algunos de ellos. La praedatio destruyó la colecta (en griego, el logos). La caza que devastó la recolección transformó a un herbívoro en mamífero necrófago de los restos de los grandes carnívoros a los que acechaba, junto a las aves rapaces y a los lobos. Luego esos antiguos herbívoros convertidos en necrófagos se transformaron también en carnívoros. Tales transportes son las primeras metaphora. Los hombres se transportaron hacia los que imitaban y los que devoraban: oso, ciervo, buitre, lobo, toro, mamut, carnero, bisonte. O en el mundo precolombino, puma, jaguar, cóndor. Destrozar la carne de un carnívoro y distribuirla se llama sacrificar. Al seguir a sus presas hasta donde vivían, se instalaron a su vez en las cuevas, las cavidades, los nidales, los pozos donde los animales que rastrean habían hecho su madriguera. La caza se volvió un modo de vida excluyente: el animal es el modelo, la imagen, el competidor, el alimento, el dios, el vestido, el calendario, el objeto del grito, el tema de los sueños, el hogar de los hijos, el desplazamiento como destino, el mundo como trayecto. En las paredes de las cuevas magdalenianas, la cara humana es bestializada en forma de cabeza de oso, de lobo, de buitre o de ciervo. La agresividad, la ferocidad, la guerra no se desarrollaron en nosotros genéticamente. Nos vinieron de la caza: fue un largo aprendizaje de la muerte, primero de los restos y luego dando muerte. El canibalismo fue la etapa siguiente: es la culminación de la caza y el despertar de la guerra. Lo que llamamos el devenir-hombre de algunos primates fue ese lento devenir-animal de los protocazadores.

La invención del hombre fue la imitación de la predación de los grandes carnívoros. Esa invención no se llama la risa, el lenguaje, la mano prensil, la postura erguida, la muerte. Se llama la caza. Tensar un arco quiere decir doblar la vara hasta que se curva y hacer fuerza en ella para estirar al máximo la cuerda que sus extremos retienen y cuya tensión (tonos) servirá de propulsor a la flecha. Los cazadores paleolíticos, al inventar el arco, en el origen del arco, inventaron el origen del sonido de muerte en la cuerda única (la música), es decir, el lenguaje apropiado para la presa.

Cuando una sociedad está a la espera del acontecimiento que puede extinguirla, cuando el miedo, el desamparo, la pobreza, la desherencia y la envidia de todos contra todos han llegado a un estado de madurez, comparable al de los frutos bajo el calor, una expresión secreta y ávida aparece en la mayoría de los rasgos de los vivos que se encuentran por las calles de las ciudades que son las nuevas selvas. Los rostros que nos rodean cargan con esa tristeza y manifiestan ese silencio que se extiende. Ese silencio, a pesar de la Historia, es decir, a causa del mito de la Historia, sigue siendo ignorante de su ferocidad. Las sociedades occidentales están de nuevo en ese estado de terrible madurez. Están en el límite de la carnicería.

Ocurrirá con la Historia venidera como con la psiquiatría de comienzos del siglo XX, un saber ya extinto que diferenciaba con precisión la guerra que lo incineraría. A medida que lo real haya dado paso al delirio y sus inútiles razones, cada vez más el futuro, de manera cruel, melancólica, tomará la apariencia del pasado. El pasado retrocederá hasta pasar revista a sus más viejas fundaciones y soñará con explorar el lenguaje disimulado, masculino y secreto que suponía que lo ornamentaba. Michelstaedter decía que las palabras, como las obras, eran ornamentos de la oscuridad. Se mató.


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El pasaje sobre las fieras y las grietas del pan propone un enigma que es todavía más difícil de interpretar de lo que he indicado. El icono no es un arma fácil en la boca de los hombres. “El pan, al cocerse por partes, se abre y esas fisuras se producen en contra del arte del panadero. Los higos muy maduros que se entreabren se asemejan al estallido de la aceituna podrida. La frente de los leones, la cabeza de los viejos, la espuma que sale del hocico de los jabalíes, están lejos de ser hermosas y sin embargo tienen un atractivo (psychagogei).” Este texto es muy extraño. Como si recordara al cazador necrófago que rastrea a los animales, siguiendo el rastro de las huellas y los vestigios, espiando el bulto de las presas muertas. La cercanía de la muerte crea la sensación de apetito y de belleza. Hay una contemplación que atraviesa el lenguaje y que la misma naturaleza suministra con su silencio en su punto extremo de maduración, de putrefacción, es decir, de carroña. La belleza, dice Marcus, separa lo intempestivo de lo oportuno. En la cabeza del viejo, así como en la fisura del higo muy maduro, como en la grieta del pan, como en las fauces bien abiertas de las fieras, los jabalíes, los leones, la muerte es oportuna, tentadora.

Del libro Retórica especulativa (editorial El Cuenco de Plata).

LIBRO RETORICA ESPECULATIVA DE QUIGNARD PASCAL EDITORIAL CUENCO DE PLATA

 

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