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|El pasado 16 de diciembre murió a los 90 años Toni Negri, el filósofo y militante italiano que nos enseñó que el comunismo es la lucha contra la melancolía y el fascismo. Diego Sztulwark escribe este texto sobre Negri, a quien describe como el reparador de las máquinas vencidas de la única política no infame: la del comunismo.
El final del tercero de los libros autobiográficos que escribió Toni Negri bajo el título Memorias de un comunista (editados por Traficantes de Sueños/Tinta Limón) se cierra con un texto titulado “Que la eternidad nos abrace”. Como este tercer tomo no fue aun traducido al castellano, tenemos acceso a este epílogo por la reciente traducción hecha por Emilio Sadier). A sus ochenta y cinco años, el autor de La anomalía salvaje culmina una larga obra con una referencia a ese modo de pensar que Spinoza llamaba sub especie eternitatis. La eternidad, a diferencia de la inmortalidad, no es una duración ilimitada sino una posición fuera del tiempo. En Negri esa eternidad siempre tuvo la forma de un taller renacentista, en el que se reparan las máquinas vencidas de la única política no infame: la del comunismo.
Allí dice Negri: “A veces me parece ser completamente ajeno al mundo”. Y se pregunta si esto se debe a la vejez: “mi percepción es torpe”. Su meditación lo asemeja a un Descartes anciano: “ ¿Podrá ser que mi consideración del mundo y esta sensación de ajenidad no sean ciertas?”. La duda trastabilla con lo senil. “¿No será que mi confianza en el ser, mi admiración por lo que está vivo, ya no corresponde a algo que se pueda amar?”. ¿Es el mundo el que ha tornado asqueroso e insignificante, o el encierro en el tiempo ido el que impide amar lo percibido? No hay mayor insatisfacción para un spinoziano que no poder amar al mundo. Negri confiesa tener “la sensación de ser sordo y de escuchar sonidos confusos”. No se refiere a la sordera del oído sino a la del cerebro. A la captación confusa de lo sonoro, cuyo sentido se le escapa. Lo atormenta este estado de perplejidad, puesto que en los tres tomos escritos -como en el resto de su obra- ha dado siempre pruebas de saber pensar entre “enormes contradicciones y conflictos mortales”. Lo nuevo no le parece ser tanto la violencia del mundo, como su carencia de significaciones. No la ausencia de acontecimientos, sino su oscuridad y falta de consistencia. Esos mismos signos con los que Deleuze y Guattari hablaban del envejecimiento del cerebro envejecido. Se trata de un cansancio inasignable, tan propio como perteneciente al mundo que se presenta como nuevo y a la vez “postrado ante las dificultades físicas, políticas y espirituales de su propia reproducción”. Negri traza así un primer diagnóstico objetivo: el mundo actual en donde crece lo nuevo se caracteriza por “dificultades económicas y caída de referentes políticos y colectivos, de referencias de valor. La comunicación se ha vuelto frenética, pero los significantes se destiñen en la velocidad”. Hay “confusión y corrupción en los lenguajes”. Dan ganas de decirle: Toni, esto que percibís es lo mismo que percibimos nosotroxs, personas menos viejas, menos sordas, menos sabias y de otras geografías. Toni lo admite. Se da perfecta cuenta de esto y medita. Trata de identificar la figura subjetiva que valora el mundo y la significación negativa: es el nihilismo. Podemos compartir perfectamente su diagnóstico: “Los signos carecen de significado, los rostros carecen de sonrisa, los discursos están vacíos. No sabemos de qué hablar”. La gente está “desesperada”. El entorno está poblado de personajes cuya ética es catastrófica, y “no como resultado de un trabajo crítico, sino porque su existencia es inconsistente”. Carecen de pasiones y significantes. No tienen fe: “me siento rodeado de estos zombies, de millones de zombies”.
En Negri la eternidad siempre tuvo la forma de un taller renacentista, en el que se reparan las máquinas vencidas de la única política no infame: la del comunismo.
Mientras habla de zombies se refriega los ojos. Algo de su estilo tonificado reaparece. La meditación se altera. Se activa el pasaje de Descartes a Spinoza. Se pregunta: “¿Es verdaderamente nuevo este mundo? Es cierto, se ha consolidado hace poco, está creciendo, pronto esto “nuevo” lo ocupará todo. Pero no es nuevo”. Esto que en el mundo deshace las percepciones bellas y borra el poder del lenguaje no es nada nuevo. Este “no es nuevo” es un punto de inflexión, fórmula de la recomposición negriana. Recuperada la historicidad, recuperada la eternidad: “Hasta mis veinticinco, treinta, este “nuevo” mundo era, en formas sólidas y efectivas, el mundo de entreguerras y de la segunda posguerra. Era ese mundo que me oprimió y contra el cual combatí. Lo habíamos destruido parcialmente y metido en el altillo; ahora, este mundo viejísimo reaparece hegemónico. Era ese mundo fascista de mi infancia y juventud”. Una vez reconocido el viejo enemigo, esto que parecía ser nuevo sin serlo, Negri se reencuentra con la capacidad descriptiva: Se trata de un mundo conocido en el cual se traiciona “la generosidad y la inteligencia de los jóvenes para inducirlos a aventuras ilusorias: el patriotismo, la nación, la raza, la identidad, la masculinidad” como valores superiores. En el que se destruye toda libertad. En el cual vivir agobia porque se impone “una dura disciplina que obliga a las almas a la insensibilidad ante el dolor”.
Esta vuelta del fascismo resulta paradojal. Por un lado supone un corte que lo angustia. Si lo que “crece” como siendo “nuevo” (aun sin serlo) fuerza un abismo temporal que no permite que el presente se reconozca en lo anterior, ¿de qué habrá servido su obra -y no sólo ella- a unas nuevas generaciones que jamás le reconocerían utilidad? Pero por otro, quienes reconocen en la falsa novedad al fascismo y lo enfrentan, como sucedió en Brasil contra Bolsonaro, precisan de este archivo y pueden encontrar en él un saber valioso. Negri recuerda cómo decía entonces a sus amigos más jóvenes: “no tengan miedo”.
El miedo es una pasión referida al futuro. El fascismo extrae del miedo su fuerza. La condición para enfrentarlo, dice Negri, es no temer. Ahora que el fascismo llegó a Italia y a la Argentina, este mensaje negriano recobra toda su actualidad. De ahí que valga la pena escucharlo al detalle “No tener miedo de romper la prisión del lenguaje vacío que se nos impone y reírse de la autoridad, dondequiera que se presente con la grotesca máscara fascista. No tener miedo significa liberar las pasiones y así llenar aquellas formas lingüísticas que el proceso de sometimiento fascista dejó vacías”. No temer es no aceptar máscaras, autoridades ni modos vacíos y desapasionados del habla. El fascismo es para Negri, un oscurecimiento generalizado. Rechazar el miedo, en medio de la oscuridad, nos dice, supone “disipar las sombras, reconquistar el sentido de las palabras. Llenarlas de cosas de realidad, de libertad. Subjetivarlas”. Y es que el fascismo -esto para Toni es lo principal- “es siempre el mismo”. Sus mutaciones históricas no son esenciales. Su naturaleza es siempre la misma: “repetición de la violencia para bloquear la esperanza”. El fascismo es lo viejo de todos los tiempos. Es siempre el patriarcado, la violencia, la explotación y la soberanía que retornan como imposición de una cultura de muerte. Y sin embargo, dice de él: “parece una pena demasiado larga, pero es frágil”. Contra él, la libertad no es un valor abstracto, sino la activación de toda las “pasiones políticas fuertes, como la pasión por la igualdad y la pasión por la fraternidad”.
Ahora que el fascismo llegó a Italia y a la Argentina, este mensaje negriano recobra toda su actualidad.
El fascismo es la pesadilla del eterno retorno. Pero las pasiones políticas fuertes son su reanudación. Toni recuerda la aparición de las luchas socialistas europeas desde el año ´48, su horizonte comunista. Luego rememora el ´68, que reabrió el horizonte del común. Se trata de “bocanadas de voluntad democrática” que permiten sostenernos “dentro de esta batalla” que no termina. A cada nueva “gubernamentalidad capitalista y soberana para bloquear y encorsetar los movimientos productivos del trabajo vivo” le ha seguido siempre una renovada respuesta “por parte de los movimientos de ciudadanos-trabajadores”. Extrae una enseñanza del ´68 para el presente. Lo hace por medio de una pregunta: “¿puede la represión lograr el objetivo de bloquear la acción subversiva?”. Y aun cuando lo lograse momentáneamente, habría que decir que en los procesos de lucha –“incluso las perdedoras”– se produce una acumulación de saber común. Esa acumulación es importante y supone un “aumento” que no puede ser valorado -ni valorizado- por las perspectivas reformistas: solo en la subversión se acumula la riqueza común. Y sin embargo, a pesar de este acumulado, no tenemos las respuestas. No sabemos qué organización es capaz hoy día de esta subversión. Toni se lamenta de este no saber, puesto que a esta cuestión le ha dedicado su vida. Pero no se apaga, al contrario. Dice: “hemos identificado el terreno de la multitud como conjunto de singularidades, que operan como enjambre, como red. Y vale la pena detenerse en esta frase. Porque el término “multitud” ya fue utilizado de modo positivo al menos desde Maquiavelo. Lo que Toni y sus compañeros identifican -el “terreno de la multitud”- es su horizonte actual como la actividad de lxs Muchxs que sobrepasan al Uno del Poder Soberano; producción social de la riqueza desbordando la forma mercancía; lo popular insubordinado. Multitud es, por tanto, no solo una noción de las ciencias sociales sino el nombre político de una “excedencia” ontológica y, a la vez, de una subjetivación histórica en marcha. Esta multitud, dice Negri, es probablemente organizable en una verdadera democracia directa. Sin embargo, nunca hemos conseguido ir más allá de experiencias “in vitro”. Pero ese es el camino”, y lo cierto es que el fascismo se cruza en ese camino volviendo todo de nuevo más difícil. Porque, además, el fascismo conduce a la guerra, y la guerra es “una irresistible máquina de destrucción” que de triunfar va a demoler “las raíces de lo humano”. Por lo que sólo queda combatirlo, pues solo combatirlo es “luchar a favor de lo humano”. La tarea es, por tanto -dice – evitar la guerra como sea. Combatir y vencer sobre el capital sin pasar por la guerra. ¿Cómo hacer? “El pacifismo será nuestra arma, porque la paz es nuestro deseo”. Y con esta frase nos deja pensando ahí donde al comienzo de la conversación casi no había posibilidad alguna. Y por eso agradecemos a Toni Negri, por enseñarnos que el comunismo es la lucha contra la melancolía y el fascismo.
Publicación original: La Tecl@ Eñe