«Para lograr ser escritor tenía que vivir muy intensamente, conocer a mucha gente, tener muchas mujeres, viajar todo lo que pueda, leer muchísimo, y eso fue organizando mi vida»
Pedro Juan Gutiérrez, de visita en Marbella por unos asuntos familiares, responde al teléfono con voz pausada y cordial. A sus setenta y un años, el escritor cubano parece haber encontrado esa pequeña parcela de paz y tranquilidad que se resistía al protagonista de sus novelas y cuentos. «Tengo que hacer un esfuerzo y cambiar mi vida», dice en Carne de perro. «Alejarme de la tragedia, la perversión y la lujuria […]. Lo intento una y otra vez, pero siempre fracaso porque me aburro mucho. Los alrededores son excitantes, y de nuevo caigo en los excesos». Esta novela, que cierra el Ciclo de Centro Habana y se publica ahora en STIRNER, es el motivo de nuestra conversación.
Roberto Bolaño lo llamó «prometeo sexual desencadenado», y buena parte de la crítica saludó su ingreso en la literatura como si se tratara de un «Henry Miller habanero» o un «Bukowski caribeño». Pero Pedro Juan es mucho más que eso. Mediante una escritura tan real y flexible que no parece literatura, ha logrado recrear el mundo sórdido, miserable y maravilloso de Centro Habana como ningún otro escritor. Hablamos de todo eso largo y tendido.
¿Tienes algún remordimiento como escritor? Algo que hubieras querido hacer que no has conseguido hacer, algo que hayas querido escribir que no hayas conseguido escribir todavía.
(Ríe) Sí, sí. Si tú supieras, yo tengo desde hace años una novela entre manos que no sé si podré escribir algún día, una especie de secuela de Nuestro GG en La Habana. En Nuestro GG en La Habana aparece una americana que es una espía del KGB en Cuba, en América. Entonces ese personaje existió en la realidad, y yo la conocí, tuve la suerte de conocerla cuando estaba ya muy vieja, y sucedieron cosas, y me dijo muchas cosas… se me ha quedado ahí y tengo esta novela dando vueltas y vueltas… es como una novela de espionaje internacional, pero no sé, ella era una persona depravada, muy depravada… además yo tenía otra vecina, al lado, viejita también, que me contaba toda la verdad. Es decir, la americana me decía cosas y ella decía no, no, no, no fue así, esto fue así y asá, tengo esa novela que quiero escribirla pero no sé qué pasa que no sale, hace años y años… A veces me pongo, escribo páginas, me pongo un poco y la dejo. Ahí estoy. Y lo otro quizá sería una especie de memorias. Me interesaría mucho escribir unas memorias que se titularía algo así como Fue divertido. La gente me dice: «¿y eso así en pasado?». Y bueno, es que mi vida, mi vida fue divertida. «Pero todavía lo es?». Sí, sí, pero quiero escribir unas memorias para dejar cuando me muera. Sí, fue divertida… Y, bueno, sigue siendo divertida, todo es un problema de perspectiva, ¿no? Si lo quieres ver como una comedia es una comedia, y si lo quieres ver como tragedia es como un drama o una tragedia.
Estos dos libros creo que se me van quedando rezagados siempre. Y la poesía que sale o no sale. Actualmente estoy preparando mi poesía completa, que son 725 páginas. Y ahora hace un año y pico que no escribo ni un poema, pero puede ser que sí, puede que en algún momento empiece a escribir poesía de nuevo. La poesía es implanificable. Sale de improviso o no sale.
Me has abierto muchas vetas para preguntarte. Las dos viejitas imagino que son las mismas que aparecen en el relato de «No soporto a Shakespeare», en Carne de perro.
Eh, no, no, no a mí no me gusta hablar de libros que voy a escribir o estoy escribiendo. Como que se desinflan. Eso trae mala suerte, no me gusta hablar de ellos, te di una idea para que tengáis una idea tú y los lectores, pero hasta ahí.
En algún momento has comentado que escribiste gran parte de tus libros por la noche, en la azotea de Centro Habana, cuando nadie te molestaba y podías escribir y beber tranquilo, con un vaso de ron al lado. ¿Sigues escribiendo de la misma manera?
No, no.
¿Ha cambiado algo tu rutina de escritura?
Eso fue en aquella época que fue tremenda. Y además no era un vaso de ron, era una botella entera, escribía completamente borracho y a veces se me ocurrían cosas, me metía una hora, me quedaba dormido… Tenía pesadillas todas las noches, porque el alcohol lo que trae es eso, pesadillas y destrucción de la mente, y al otro día cuando me ponía a revisar nada de aquello servía y tenía que volver a reescribirlo todo.
Sobrio.
Sí, ya sobrio, con resaca. Me tomaba un café o un té y me ponía a escribir y lograba sacar las cosas. Así escribí Trilogía sucia, a lo largo de tres años, poco a poco. Y después escribí igual o peor El rey de La Habana. Fue más terrible. Con la Trilogía no me puse ansioso, pero El rey de La Habana sí fue una gran locura, fueron dos meses, julio y agosto del 98, con un calor horrible y una humedad horrible en Cuba, y yo escribiendo borracho. Por las noches borracho y por las mañanas resaca, fue terrible El rey de La Habana. Y Animal tropical también. Después me tranquilicé un poco. Después de los primeros libros empecé a escribir El insaciable hombre araña y Carne de perro que ya eran hasta cierto punto, hasta cierto punto de vista, más ecuánimes.
¿Para ti ha sido un castigo o un placer la escritura de esos libros?
Mira, yo no lo vería en esos términos, ni de placer ni de castigo. Yo lo vería más bien en términos de soltar un poco de presión de la caldera, indudablemente. Cuando yo escribo un libro, incluso Nuestro GG en La Habana, que es un libro tan divertido, que me reía, de algún modo era sacarme algo de ahí, siempre ha sido eso. Es lo mismo que me pasa con la poesía, es como sacarme de adentro algo que me estaba molestando. Entonces saco algo de presión escribiendo, no sé si será psicoterapia o no. Aunque a veces también duele, bueno, a veces no, siempre, porque son cosas que sería mejor olvidar, son pedazos de mi vida, pero yo no olvido lo que hago, me pongo a escribir y entonces… tal vez soy un poco masoquista.
Desde hace ya años te dedicas también a la poesía visual y a la pintura. ¿Tú crees que un escritor puede aprender algo de la pintura?
¿Si he aprendido algo?
Sí, si te ha servido en tu escritura.
No, yo creo que no. Creo que son mundos diferentes. Indudablemente hay canales de conexión… Por ejemplo, ahora mismo estoy pintando unos cuadritos pequeños, chiquitos, pero es como un juego. Quizá como no puedo escribir poesía ni nada creativo (el año pasado sí empecé a escribir una novela que tengo a medias, y estuve escribiendo un diario de la pandemia, pero ahora no), me pongo a pintar, con un poco de acrílico y unas cartulinas que compré que están muy buenas, y pinto y me doy cuenta de que hay unas tremendas conexiones entre esas pinturas y los cuentos de un libro que escribí el año pasado que se llama Un cometa flamígero. Hay unas conexiones ahí sin duda entre esos cuentos y esos cuadritos que estoy haciendo ahora. Y cuando hago con los collage la poesía visual pues también es tremendo las conexiones que hay entre una cosa y la otra, por lo menos yo las veo, pero como que no me sirve, no es un borrador de un cuento, no es un borrador de un texto, tienen su propia independencia.
Hay una escena en Carne de perro en que Pedro Juan abraza a Miriam y le dice: «mira qué bonitas las estrellas». Y ella le responde: «Sí, pero yo vivo aquí abajo». A pesar de la pobreza, la suciedad y la cochambre, en tus libros hay a menudo escenas en que Pedro Juan se detiene, observa y aprecia la belleza. Del mar, de las vistas de la ciudad al atardecer, la gente.
Sí, yo lo hago continuamente en mi vida. Forma parte de mi vida, más que de mi literatura. Trato de ver siempre algo poético, algo bonito, incluso en los escombros. No sé si Paula [nota: la agente de Pedro Juan] te pasó unas fotos que le pediste. Yo hice unas fotos en la esquina de mi casa, en Centro Habana, en octubre creo que fue. Fui buscando, y a pesar de que son escombros y lugares arruinados por completo, hay como una belleza implícita, intrínseca. Y esa parte poética siempre la veo en la realidad que me rodea, en las relaciones, en la gente, siempre hay una belleza poética, hay que dar una visión poética de cada momento, de cada minuto de la vida. Y trato de vivir con ese principio, que ni siquiera lo trato, sencillamente sale.
Esos momentos de poesía.
Sí, yo creo que sí, hay momentos de mi narrativa en que sale la mano del poeta. La poesía tiene una cosa y es que te acostumbra a trabajar palabra por palabra. Una novela yo la trato y la reviso como si fuera poesía, es decir, que tienes que ir trabajando palabra por palabra, no por línea. Yo cuando veo estos escritores que escriben un libro de 600 páginas y se quedan tan frescos como una lechuga, me digo: serán chapuceros, por Dios. Cómo es posible que alguien pueda escribir 600 o 700 páginas, y entonces atormentan al lector porque ese libro se te cae de las manos como un plomo después. Claro, no tienen sentido poético de lo que están haciendo, tienen que trabajar palabra por palabra con un sentido del ritmo. Si no hay un sentido del ritmo no funciona.
Ahora que mencionas el tema de las grandes novelas. Hemingway decía que gran parte de su talento consistía en saber detectar cuándo escribía mierda y en tirarla a la basura cuando la detectaba. ¿Has eliminado muchos relatos, cuentos y novelas?
Uf, muchísimo, muchísimo. Cuentos, poemas. Yo estoy escribiendo desde que tenía, de entrada, dieciocho, diecinueve años. Escribía poesía y cuentos, cantidad. Yo he desechado cientos y cientos de poemas y decenas y decenas de cuentos que están escondidos por ahí. Lo primero que empieza a contar es un libro de poesía que se llama Espléndidos peces plateados, que es del año 94.
¿Está publicado?
Se publicó en Argentina, en una edición pequeña de 700 ejemplares. Y después Fuego contra los herejes, que también fueron 700 ejemplares. Y después por ahí seguí. Yo y una lujuriosa negra vieja, y ya por ahí empezó a valer… y aun así todo sigo eliminando poemas. Ahora mismo, revisando mi poesía completa, estas 700 y pico páginas que te digo, he eliminado por lo menos 8 o 10 poemas hasta ahora. Así, completos. Porque me doy cuenta de que son repeticiones. Los he ido eliminando. Sí, sí, hay que tener el detector de mierda siempre encendido, como decía Hemingway. Eso es importante, es fundamental.
Nunca te he oído hablar de literatura española. No en lengua española, sino de España. ¿Ha jugado algún papel en tu formación? Pienso en el Lazarillo, la picaresca, Cervantes. Se parece mucho a Pedro Juan Gutiérrez en el uso del habla de la calle, el tipo de personajes, el sexo, incluso la crítica política sutil y velada.
El Lazarillo de Tormes sin duda. Y más acá, recuerdo una novela de Juan Marsé maravillosa, Últimas tardes con Teresa, buenísima, me encanta la novela esa. Y un poeta que murió hace ya unos años, Félix Grande. En Cuba, Casa de las Américas le publicó Blanco Spirituals, un libro de poesía que ganó el premio en los años 70. Después yo le escribí, él me contestó, me mandó unos libros de ensayo y qué sé yo qué. Muy interesante Félix Grande. Vila-Matas también, que además somos amigos. Yo he leído dos o tres libros de él y me gustan mucho, claro.
Ah, no sabía esto.
Sí, un escritor completamente diferente a mí, eso es lo apasionante, ¿no? Extraordinario escritor.
Tomado de: https://www.edstirner.com/biblioteca-online/entrevista/pedro-juan-gutierrez/