Yves Bonnefoy: noche, rayo, tormenta, huida

Yves Bonnefoy: noche, rayo, tormenta, huida

La poesía de Yves Bonnefoy, en este caso magníficamente traducida por Silvio Mattoni, es de una sutileza extrema, donde la relación entre las palabras que componen una imagen se adelgaza como si quisiera perderse, o como si apenas comenzara a manifestarse, porque no es con lo que queda, con los restos, sino con lo que se inicia, que parece trabajar su escritura.

Una entonación agrupa las palabras, evitando que se dispersen. Una invocación, un pensamiento, una descripción, un relato, casi como formas de acentuar, de dibujar, una relación.

Las palabras de un poema de Bonnefoy son por ejemplo: cuerpo, sepultura, destino, luz, tierra, verbo, noche, tinieblas, muerte, sangre, huida, rayo, deseo, memoria, piedad, guerra, libertad, oscuridad, tormenta, frío, ser, nombre, verdad, soplo, boca, ausencia.

Si alguna verticalidad asoma sobre esta suerte de tapiz terminológico, tiene más que ver con esa entonación casi abstracta que con un concepto. El sentido literal y el sentido metafórico nunca se alcanzan. “Voces” desintegran la voz del sujeto. No hay afuera del poema, ni la perspectiva del final fuerte.

“Aquel que se pretende poeta encuentra los caminos que es necesario tomar en la intensificación de la experiencia sobre el sentido que percibe”, escribió Bonnefoy en La bufanda roja, su último libro, suerte de autobiografía. Bonnefoy tiene una idea de entonación poética que parece derivada directamente del Rimbaud de Una temporada en el infierno.

Cuando lee a Rimbaud en sus ensayos sobre el poeta (Rimbaud por sí mismo), lo lee en cada verso, en cada imagen, porque en cada verso y en cada imagen encuentra a Rimbaud entero, pero también, paradójicamente, casi como si estuviese escribiendo un diario de su lectura del poeta, en una suerte de intento por esquivar una visión totalizadora del trabajo del otro.

Si hay una organización de los libros de Yves Bonnefoy (métrica, partes, títulos y subtítulos), esta parece responder, a la manera de Francis Ponge, más a la espontaneidad de la invención lanzada que a la estructura retrospectiva de una obra acabada. Es una poética de los ritmos y de la irregularidad. “Un instante legible / antes de disiparse”, anota.

En una entrevista que le hicieron a raíz de la publicación de un libro sobre Alberto Giacometti, dijo Bonnefoy: “La poesía lucha contra las palabras apoyándose en sus aspectos sonoros y rítmicos, neutralizando la autoridad de su lectura del mundo para permitir así, a la presencia de las cosas, levantarse de cada uno de los términos que de ordinario la ocultan”. Lo que el lenguaje poético sugiere no es otra cosa que el ser.

Bonnefoy cursó de manera paralela estudios de matemática y de filosofía, y más tarde frecuentó al grupo surrealista, con el que rompió en 1947. Les reprochó a los surrealistas haberse distanciado de lo real por un culto a las imágenes interiores. Él nunca dejó de ligar la práctica poética con una reflexión crítica y sobre la imagen. La suya es una poesía especulativa que se cuestiona constantemente la manera de construir sentido.

Con sus diferencias Saint-John Perse, Pierre Jean Jouve, Michel Leiris, Henri Michaux, o más contemporáneos como Philippe Jaccottet o Michel Deguy, son poetas cuyas preocupaciones podrían compararse con las de Bonnefoy.

En palabras del poeta Jacques Roubaud, “Bonnefoy pertenece a su tiempo no solamente por su pensamiento histórico sobre el fenómeno literario, sino también porque su poesía se hace eco de las preocupaciones de sus contemporáneos, como el rechazo de la religión, la crítica de la metáfora, del verso libre, la promoción de una lengua espuria o la evocación paradojal del vacío”.

Al respecto de esta generación de poetas, escribió Philippe Sollers en su momento: “Nada se opone más a la poesía que la creencia en la poesía: un poeta es antes que nada alguien que debe romper decisivamente con la expresión “poética” y sus dioses, con un simbolismo sentimental y empático, del cual estamos agotados”.

“A la poesía le toca inventar una nueva relación con el mundo. La tarea asignada consiste en hacer vivir juntas y abrirse a una irradiación infinita algunas grandes palabras reanimadas”, señala Jean Starobinski en el prólogo a la presente edición.

El libro incluye la producción poética de Bonnefoy (también gran “contador de sueños”, subraya Starobinski) desde sus comienzos hasta 1975. En la edición no queda muy claro si son cuatro, cinco o seis los libros incluidos.

Probablemente Del movimiento y la inmovilidad de Douve, de 1953, con su constante recomenzar rítmico como clave de significado, y En el señuelo del umbral, de 1975, que parece buscar en la extensión narrativa, casi visual de las imágenes, el peso de su sentido, sean los más destacados. Pero también Piedra escrita, de una intensidad única, de 1965, o el inaugural y sorprendente Anti-Platón, de 1947, son imprescindibles.

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